sábado, 11 de julio de 2015

RECUERDOS DE MI PADRE

          


                                           

Casa  paterna en Las Achiras
                     con su padre y sus cuatro hermanos guitarreros.                                      



 Mi abuelo paterno de pie detrás de mi padre, traje  y sombrero negro.




 Carlos Higinio Amarillo 1895 - 1953


Recuerdos de mi viejo.

                                                                                  Mi padre se llamaba Carlos Higinio,  el  segundo nombre lo recibió por haber nacido el 11 de enero día  de San Higinio  del  año 1895, fueron sus padres Eufracio Amarillo y Francisca Tejera  ambos criollos nativos,  era costumbre por esos tiempos de bautizar de acuerdo al santoral  católico,   en  Las Achiras,   zona rural que era conocida por ese nombre,   a  pocos kms.  de Pronunciamiento -  Dpto Colón  - pueblito muy pequeño  que rodeaba a  la estación del FC Entre Ríos  en el ramal Caseros –San Salvador.  Falleció el 3 de enero de 1953  a muy pocos días de su cumpleaños número 58. 
                                                                                En los primeros años de su matrimonio, era propietario de un almacén de ramos generales en las Colonias de San José y le habían adjudicado la representación oficial de Ford y Chevrolet,  vendiendo los primeros autos que circularon por la zona. La crisis mundial del oro llamada la Gran Depresión que comenzó en 1929 y se extendió durante toda la década de los años 30 y según me contaron varios años mas tarde,  fue la causante de su bancarrota y la pérdida de sus propiedades
                                                                                             Mi madre Francisca Leonides Bochaton  nacida en Colonia Primer Ensanche de Mayo  el  19 de diciembre de 1898 hija de Francisco Bochaton  y Josefina Guiffre,   en vida no se cansó de reprocharle como había manejado los negocios  porque nunca estuvo de acuerdo con la decisión de vender todo para hacer frente a las deudas. A pesar de mis investigaciones no pude conocer a ciencia cierta el desarrollo y el epilogo de la cuestión, era muy chico y de los hermanos mayores no encontré respuestas que lo precisaran. De cualquier manera ya era “cosa juzgada” y tal vez  fue  mejor desconocer la verdad.

   


                                                                               Otro traspié que seguramente dejó una herida abierta en la vida de mi padre, que no le escuché nunca mencionar siendo un tema del cual me fui enterando de las conversaciones entre ellos donde en mi presencia al menos, se tocaba muy tangencialmente  y finalmente se transformó en otra incógnita del que no encontré la resolvente.  Aconteció con  el reparto de la herencia de las propiedades paternas, suceso que se desarrolló en los primeros años de casado y en el que se vió seriamente  perjudicado.   A tal punto  llegó el perjuicio que como sucedía y sigue ocurriendo  muy a menudo en estos casos , rompió definitivamente toda relación con todos sus hermanos, solamente una de sus hermanas  mantuvo dentro de sus amores fraternales, la tía Antonia, fue la única que conocí  y también la única con la que mantuvimos una relación familiar que se extendió a  su hija nacida de su matrimonio con  Omar Casse:  mi prima Sara  y a su nieta Delicia Juana Calvo, que llamabamos Mecha.
                                                                               Se desprende de lo  dicho, que todas las menciones que hago en este relato referido a tíos,  primos y parientes pertenecen a la familia de mi madre , de los que guardo los mejores recuerdos y mi gratitud mientras tenga un hálito de vida.

                                                                               Paso a escribir  lo que me fueron transmitiendo los relatos maternos, de mis tíos, algo  de mis hermanos mayores y muy poco  mi padre:  No preciso el momento en que  mi madre cayó enferma de fiebre tifoidea, pero tuvo que haber ocurrido entre los años 1930- 1932, enfermedad en esos tiempos donde todavía no existía la penicilina, era considerada de suma gravedad  con  una tasa de mortalidad muy alta, estuvo muy mal, la fiebre  la consumió pero felizmente para nosotros, se fue poniendo bien,  lentamente.  


                                                                         Le costó mucho  reponerse, había quedado muy flaquita, pero su  voluntad y su  energía  no se quebrantaron, saliendo  adelante para volver a tomar las riendas de la casa.
                                                                                Ya radicados en Pronunciamiento instaló una pensión alimentaria donde daba de comer a varias personas,  creo que llego a tener  4 o 5 pensionistas, que representaban una fuente de ingresos  aliviando  la situación económica  que atravesaba la familia.            
                                                                                Para ubicar la historia contada desde mis vivencias diré que comienzan en Villa Elisa,   A pesar de ser un pueblo chico  por aquellos tiempos  superaba apenas los dos mil habitantes, ya  era considerado importante junto a Villa San José  después de la ciudad de Colón. Lo que se  debía a que sus Juntas vecinales ya tenían la categoría de Municipalidad, a la iglesia católica con su parroquia,  al  Juzgado de Paz y a la Escuela Nº 20 Bernardo Monteagudo que había adquirido mucho predicamento debido a la calidad de su enseñanza, su prestigio era reconocido en los centros educativos mas prestigiosos del país como el Colegio del Uruguay en Concepción del Uruguay y el Colegio Manuel Belgrano de Paraná.  Tuve la suerte de concurrir a sus aulas, con el 6to Grado aprobado y mis 14 años cumplidos terminé la primaria.


                                                                                 No sé  si esto nos pasa  a la mayoría cuando intentamos enhebrar recuerdos de los  primeros años de nuestra vida,  se me hace difícil encontrar una secuencia de la película que va apareciendo en mi memoria, contaría tal vez con cuatro años de edad,  las primeras escenas que en forma confusa  se me presentan son las del auto de mi primo  Eduardo Decurgez, (Hijo de Margarita  hermana de mi padre casada con Héctor Decurgez) que tenía una franja de color rojo  en su costado y con mis dedos la recorría de punta a punta. 

Lo recuerdo cargado con cachos de bananas,  tal vez sean la causa de mis “visiones”.  Por aquellos años estábamos viviendo en una casa  de material  con gruesas paredes y grandes lamparones de ladrillos a la vista  por las falencias del revoque  que acusaban la antigüedad de la construcción, propiedad de un tal Dutria,  su ocupación anterior había sido de Comisaria, se la conocía como la “Comisaria vieja” y según tengo entendido fue la primera casa que alquilara mi padre y que ocupamos en Villa Elisa. 

Alejada del casco céntrico de la villa, dentro de las primeras chacras,  geográficamente ubicada al nordeste, aproximadamente a un kilometro del camino de tierra que terminaba en la ruta Nacional 14 –todavía y varios años mas,  de ripio- ,  la principal sobre el rio Uruguay que une la Mesopotamia con Uruguay,  Paraguay y Brasil.                                                            
                                                                           Como era de usos y costumbres la comisaria tenía sótano y calabozos.  El sótano  que me causaba tanto temor tenía su razón de ser,  era contenedor de  dos calabozos más.  Creo haber bajado con mis hermanos  una o dos veces, la oscuridad,  la humedad y olor hacían insoportable la permanencia, no volví  a bajar  ya mi curiosidad había sido largamente satisfecha.  
                                                                                    Todos también sabemos que hay escenas que nos son comunes, como los cuentos  de nuestros padres por  las noches.  Mi viejo era el encargado de  hacerlos,  uno de mis preferidos  era el de Alí Babá y los 40 ladrones, que noche a noche lo enriquecía con sucesos nuevos.  El primero que siempre se dormía era él  y  yo a tironearlo para que siga el cuento, casi siempre terminaba  el relato con alguna frase que no tenía nada que ver, como una vez que me agregó: “y se fueron al boliche a mandarse unas buenas cañas”.

                                                                        Otro de sus chistes  que mas le hacía repetir era la adivinanza del avestruz,  la contaba en un portuñol  graciosísimo,  rapidito y  con cambios de voz.
Escucha  castesado,  adivina nombre de un biziño que eu viu por ayí:    tein canilla de baqueta,   pescuezo de coyunda, cabeza de martillo, ojito de botón, poncho color promo, baja la cañada sube la cuchilla hace ¡UUUUUUUUUUUUUU!!! ……………………………………………..Aaa  ya  sé, un  pirudo !!!! 



                                                                                  Yendo a mis antojos infantiles:  los  biscochitos que a diario traía el panadero en su carro adornado y  fileteado de 4 ruedas ;  que llamábamos “libritos”  por su forma con las hojas abiertas en hojaldre, riquísimos y caros,  no se podían comprar con la asiduidad por mi requerida,  apenas si alcanzaba para el pan, cosa que yo no entendía y hacia tal escándalo de gritos y llantos que  mi vieja optó por encerrarme en un cuartito  ciego (ex calabozo) que daba al patio, para evitarse la vergüenza que le hacía pasar  con mis berrinches,  pero; sucedió que un día alguien de la casa  olvidó un hacha dentro y de la rabia que tenía  en ese momento le di a la puerta de madera tantos hachazos como mis fuerzas me permitieron.  Ese día  probé el enojo  de mi madre que me “curtió” las canillas con una varita de mimbre especial para esas ocasiones.
                                                                        
  Mis juegos preferidos era el de la guerra, juntaba los apoya espirales  que eran de lata y tenían la forma de soldados romanos, (según los imaginaba) y formaba grandes ejércitos que se batían en  guerras que duraban hasta la hora del almuerzo, de los mandados o de la escuela.                                                                          
                                                                                También los combates de boxeo,   elegía  las ramitas del paraíso donde las bolitas verdes se adherían,  las  que  se asemejaban a un  hombre, imaginaba los pies y los  puños enguantados.  La pelea la ganaba el boxeador que  quedaba intacto.  Los juguetes por aquellos tiempos brillaban por su ausencia y eran  demasiado caros para nuestra economía familiar.                                                                                   De los Reyes Magos guardo un triste recuerdo,  a pesar de la desilusión de encontrar en mis zapatillas una pelotita de goma, no me puso tan mal  como cuando mi vecinito me llamó para mostrarme los  regalos que le  habían dejado los reyes, autos y muñequitos que se movían a cuerda y  una moto que me deslumbró, la hacía andar arriba de la mesa y al llegar a los bordes no se caía, giraba y seguía, parecía mágica.
                                                                            Recuerdo haber llegado a casa llorando, no podía entender, no me cerraba como los Reyes le habían dejado al niño rico tan hermosos juguetes y a mi que era pobre, solamente una pelota de goma, la busqué, fui hasta la cocina,  con el cuchillo de cortar carne la  partí en cuatro y me encerré en mi cuarto.  Cuando estuve mas crecido comprendí cuánto dolor le había causado a mi viejo, aquel 6 de enero.
                                                              Volviendo a las costumbres de mi padre, la de tomar mate por las mañanas sentado en el patio del fondo de la casa,   debajo del parral  y  frente al  gallinero. De esa costumbre me quedó una anécdota que me acompañó toda la vida. El  viejo no era “gallero” pero seguramente le gustaría concurrir a las riñas de gallo, donde la principal diversión no era la pelea en si, la concurrencia de tanta gente se debía al juego por plata  que generaba.                                                                              
                                                                            Un gallito colorado que se enseñoreaba en el patio,  era el gladiador local que se venía perfilando y  la admiración de mi viejo.  Todas las mañanas aumentaba la cotización, al verlo exclamaba:  ¡Mírenlo!   ¡Quince pesos vale  mi gallo!  (Aníbal trabajaba en el  expendio de nafta en una Agencia de YPF por 12.00 pesos por mes).   Cuando menos él pensaba, una martillera  cerró la venta,  mi vieja por un peso  con cincuenta y cinco centavos,   lo liquidó ante la escases de divisas- la necesidad tiene cara de hereje-. 
                                                                            Al otro día cuando no vió al gallo en el patio y se enteró del suceso,  fueron los lamentos ¡Por quince reales y medio me liquidó mi gallo!  ¡Qué crimen ! ¡Venga y vea! …Luego él también terminó riéndose.




                                                                                  Tenía una voz muy suave,  bonachón, dicharachero,  siempre estaba de buen carácter, le gustaban mucho las bromas, y tenía unas  anécdotas que nos causaban mucha gracia  Nunca nos levanto  la mano para pegarnos,  recuerdo haberlo visto enojado con nosotros ,cuando con mi hermano Armando (Cacho) le robamos el sombrero de paño que usaba en la quinta para hacer una pelota de trapo, nos salió espectacular,  hicimos  cascos con la tela y los cosimos entre si, como las de cuero  que se usaban. Toda  una semana lo había buscado y reclamado preguntando a todos por su sombrero,  hasta que nos descubrió cuando la olvidamos en el patio.

                                                                            Vi venir la tormenta y  salí corriendo me tiró con una alpargata que fue a dar justo en mi trasero.  El castigo  que me daba cuando estaba molesto conmigo, consistía en una represalia  “sintomática”; cuando era mi turno en la mateada    me empujaba la mano con  el mate, haciéndome conocer su enojo y como diciéndome esta no te la perdono, después se olvidaba y volvía  todo a la normalidad.    Discutía muy a menudo con mi vieja,  sobre todo cuando quedó sin trabajo y nos acosaban las necesidades, pero no recuerdo que alguna vez  le haya gritado, parecía reconocer que mi madre tenía razón,  buscaba su sombrero y desaparecía por unas cuantas horas.
                                                                              Mi madre  sí,  que tenía  mucho carácter,  era realmente  muy dura y muy trabajadora, mantenía la casa ordenada,  minuciosamente limpia y arreglada. - Si hay miseria que no se note – era su slogan. Las vísperas del sorteo de Navidad, limpiaba y arreglaba la casa con cuidadoso esmero  para que “la Diosa Fortuna  nos visite”, nos decía esperanzada. En cambio mi padre ya por entonces era un prototipo lo que hoy llamamos personas proactivas, no le gustaba confrontar, parecía dócil sin serlo del todo, no dejo de hacer las cosas a su manera, tranquilamente sin sulfurarse. Esa forma de encararlas  era muchas veces el motivo por el cual mi vieja, puro nervios; parecía no tolerarla  y por ahí  la “sacaba”.                                                                     
                                                                               Su tiempo ocioso lo ocupaba generalmente en tocar  la guitarra, en la foto lo vemos en el patio de su casa paterna tocando con sus hermanos: Ramón, Cipriano, Francisco y Eduardo. Tocaba muy bien. Su música era dulce, con mucho sentimiento y en tonos  muy  bajos, interpretaba  sambas y vidalas que le gustaba mucho entonar. También tocaba el violin, pero no era su instrumento favorito.                                                                                       

                                                                       A menudo se juntaba en la casa de un amigo de apellido Oyarbide,  peluquero y guitarrero,  con el que conformaba  un dúo, sus veladas se extendían a veces,   hasta altas horas de la noche, como el amplio patio de la casa de Don Oyarbide daba justo a la calle, se daban cita los vecinos que disfrutaban del “concierto” gratuito.
                                                                            Empezó una seguidilla de mudanzas, la causa principal el costo de los alquileres  que no podía pagar y recalábamos donde fueren mas económicos  o se abarataban por alguna contraprestación en canje.  La segunda vivienda que ocupamos apenas a dos cuadras de la Escuela 20, la compartimos con otra familia de apellido Pintos, que tenían algún parentesco con mi madre. Estaban acondicionadas para vivir en forma independiente, pero no garantizaba para nada la privacidad los ruidos y cuanta cosa elevada de decibeles irrumpía en las habitaciones no se podía evitar de escucharlas.

                                                                        Solo recuerdo que jugábamos a los cowboys con  mis hermanos, el único revolver de juguete era muy codiciado  y  regia la ley del mas fuerte como en el Oeste. Ahí comenzó la triste historia de mi lucha con los problemas psíquicos de mi hermano Cacho, todas las mañanas durante el poco tiempo que vivimos ahí, tenía que llevarlo a los tirones a la escuela, porque no quería desprenderse de la manija de bronce de la puerta de calle  que abajo lee “Cartas”.  Una y otra vez se volvía  a tocarla.

                                                                               Luego debimos nuevamente trasladarnos.  Mi padre consiguió alquilar una casa  sobre la Avenida Urquiza que en su continuación hacia el sureste, se prolongaba en un camino vecinal de tierra  por las colonias de San José.

                                                             A la entrada del pueblo existía un predio de alrededor de 10 Has,  alambrado de seis hilos, que en algún tiempo fue preparado para maniobras militares  llenos de montículos de tierra tipo cerros  para las pruebas de tiro y trincheras donde los soldados marcaban los impactos en el  blanco, por supuesto abandonado, en el medio entre dos  “cerros”  en un ranchito chato de paredes de chorizo y techo de paja vivía doña Placida,  tenía unos cuantos chicos y una jauría de perros de todos los tamaños, era lavandera;  se hizo muy amiga de mi madre,  tanto es  así que su presencia en la casa resulto totalmente familiar.


                                                                           En una esquina  del predio  y  “mirando” hacia al centro de la villa, el ranchito de la “Vieja de los Perros”. Era una anciana de estatura baja,  criolla con la cara surcada de arrugas,  encorvada por los años,  a diario pasaba por  frente a casa  y  del terreno lindero que con los chicos del barrio  manteníamos con el pastito bien bajo e improvisábamos los arcos de nuestra canchita de futbol.
                                                                             Iba  acompañada por sus tres perros y volvía cargada,  la mayoría de las veces  arrastrando troncos  y ramas para el fuego, cuando nos encontraba jugando, ya era nuestra costumbre y a mi pedido,  de ayudarle en el acarreo y entre todos la aliviamos varias cuadras hasta llegar a su ranchito,  nunca nos animamos a entrar  porque decían los chimentos que tenía el esqueleto del hijo y que hablaba todas las noches con él y uno de los perros tenía cara de pocos amigos que nos adivinaba la intención y nos mostraba los dientes sin ladrar y era mas que elocuente. La viejita de agradecida nos traía caramelos que conseguía pidiendo  y a mi madre un día  le puso un papelito en el bolsillo  y le dijo “esto es  lo que quiero para el nené”  y sin faltas de ortografía se leia claramente INGENIERO

                                                  La  llegada del circo Hermanos Diaz al pueblo fue un acontecimiento inolvidable para mí.  Fui de la mano de mi padre a ver el desfile de  payasos, tonys, trapecistas, malabaristas, magos y las jaulas con las fieras;  leones, un leopardo,  dos elefantes, ponys y una banda de música. La presencia de los animales se hacía notar en la Villa, los rujidos eran estremecedores, y el olor invadía el ambiente,  los caballos de los colonos ya sea de monta o en las varas se encabritaban y se negaban a entrar al pueblo,  los veía desde casa que se plantaban en la entrada.




                                                                                 Mi padre trabajaba en la Municipalidad, su amigo De Elías era el Intendente  y  le había encomendado la tarea de Comisario Municipal, tenía que ver con todas las contravenciones de los vecinos, sobre todo en lo referido a los animales sueltos,  la limpieza de veredas y frentes de las casas y otras obligaciones  de control de  higiene en negocios de almacén y despacho de bebidas. 
                                                                            El circo  necesitó una autorización especial para el ingreso al pueblo,  hasta se tramitó la autorización del cura Párroco  Gaggión, que tenía  injerencias  en  los espectáculos.  Lo cierto es que a mi padre le regalaron 4 entradas para la primer noche.
                                                                           Fue una noche mágica, trapecistas, contorsionistas, equilibristas, la música acompañando las actuaciones y poniendo suspenso  a las pruebas mas increíbles. Después   la emoción y el  miedo cuando el domador entró a la  jaula de  los leones,  cuando abrían  las fauces y mostraban  sus enormes colmillos con  rugidos aterradores, me temblaban las rodillas y me “pegaba” a  mi padre. Recién con la entrada de los payasos cambió el clima, volvió la alegría y con la alegría  el alma al cuerpo.
                                                                      Todo era deslumbrante e inimaginable para mi. La actuación del mago fue lo máximo, se terminaban mis penurias para entrar al matinée, era tan fácil lo que hacía:  se “sonaba” la nariz , se rascaba  sus orejas,  se pellizcaba la cara y de donde ponía la mano aparecían monedas, monedas y mas monedas las dejaba caer dentro de un tarro que luego mostro casi lleno.  Volvimos tarde, me mandaron  derecho a dormir,  pero tenía  el corazón contento e ilusionado.  Al otro día bien temprano conseguí una lata, me encerré en mi cuarto,  se enrojeció mi nariz y mis  orejas  pero las monedas no aparecieron, no entendía lo que pasaba, le conté todo a papá y me enseñó unos trucos con los naipes para ilustrarme de que toda la magia era esa,  es decir engaños, mentiras. Quedé enemistado con la magia, hasta que aprendí su mecanismo.  Papá me llevo todas las veces que pudo mientras estuvo el circo, fueron horas geniales las que pasé.                                       

                                                                                 Mi madre me mandaba  a  Catecismo rigurosamente,  teníamos que tomar la primera  Comunión, como prioridad  uno.  Llegó  la mañana del día de la Virgen Niña, Patrona de la Villa,  gran acontecimiento parroquial de la grey católica, no recuerdo la cantidad pero éramos,  unos cuantos chicos los convocados a la misa, en ayunas para comulgar por primera vez. Nos ubicaron en las primeras filas como es de práctica, todavía no sé a ciencia cierta si  pude cumplir el rito, debo haberlo hecho pero no recuerdo,  solo que se empezaron  a mover las velas, me entró un mareo que daba vueltas todo, quedó todo negro, debo haber caído desmayado. Volví en sí y me encontré  sentado afuera de la iglesia,  “la mulata” que así le decíamos a la catequista   y una monja, haciéndome viento y con un vaso de agua.   Tal vez estaba muy débil y el ayuno colaboró con el desmayo.                                                                         
                                                                                  Seguí yendo a la Iglesia,  ingresé en Acción Católica.  Con otros dos chicos nos prepararon como monaguillos y aprendimos acompañar la misa estudiando las respuestas en latín.  Se daba en ese idioma, como sabemos, de espaldas a los feligreses. Las mujeres concurrían  munidas del Misal, que traducía la misa al español, vestidas con ropas serias y la cabeza cubierta.  El párroco era el personaje del pueblo, el “ famoso” padre Gaggión,  rigurosamente ortodoxo en la letra de la iglesia católica,  en sus Sermones (hoy homilías)  mostraba su erudicción  bíblica pero también mostraba   el perfil filo dictatorial  de sus convicciones no propias de un sacerdote en  misión pastoral.

                                                                            Mi padre contaba con mucha gracia una anécdota que me tocó vivir,  el cura Gaggión estaba embanderado con  el Laborismo que llevaba a Perón  a la Presidencia,  su prédica era demandante de apoyo y de adhesión a la nueva idea.  Pasaron las elecciones  del 24 de febrero de 1946 con el resultado que todos conocemos, pero  Villa Elisa era, es y será  por muchos años radical,  le votaron en contra,  esa espina la tenía clavada y en algún momento iba a “tronar el escarmiento”
Llego el 8 de setiembre día de la Virgen  Patrona del pueblo, como ya  he citado mas arriba,  llovía  “a cántaros”,  la iglesia  a pesar del tiempo llena de feligreses,  éramos tres  monaguillos con  Lombardini y Rodriguez  ayudando la misa  y ya enterados que la procesión  se hacía igual. 

                                                                           Todos creían que estaba suspendida,  pero llegado el momento, Gaggión empuñó el asta de la cruz,   con la mirada nos dio la orden y enfiló cantando  por el medio  de la iglesia hacia la puerta,  yo iba   balanceando el braserito de incienso de un lado al  otro. Había mermado un poco la lluvia pero el fangal en las calles de tierra negra  era la mayor penuria, Mi bracero se había apagado y agua fría calaba mis huesos. Se formalizó la procesión hasta el final de la Avenida Mitre ida y vuelta. La mojadura  y la embarrada fue colosal, la venganza fue terrible.                                                                               

                                                                             Otra defraudación sentí con la muerte de mi querida viejita de los perros. Enterado del fallecimiento corrí a la iglesia para estar en la hora que la llevarían al cementerio para tocar la campana como se  hacía con todos los muertos.  Busqué al cura Yoria, para pedirle la  llave de la puerta de entrada al campanario, me  preguntó para que la quería y  al enterarse me dijo rotundamente que a esa vieja no se le tocan las campanas, porque no pertenece a la iglesia y tampoco pagaron para se las toquen.  Regresé  a casa,  creo que llorando, donde no regrese más fue a esa  iglesia.   Traigo a colación estos recuerdos,  analizando como se fueron  produciendo las primeras fisuras de mi fidelidad para con la iglesia católica.

                                                      
                                                   

                                                             Retomando los recuerdos,  con  papá   nos levantábamos al clarear la madrugada, él  prendía fuego con ramas y encendía el carbón.  Me dejaba a cargo, a veces haciendo la tarea  o estudiando alguna lección  y  se iba a buscar algo de carne para “tirar en la parrilla”   que quedaba a la vuelta, desde el  patio de casa veíamos el fondo de la carnicería  de Nuar (Noir)  y a los animales que dentro de un galpón de zinc sacrificaba.   Volvía con chinchulines y tripas gordas, a veces con chuletitas chicas  y otras con alguna tirita de costillas para asar. Cuando contábamos con los boniatos que nos traía de la colonia mi abuelo, los cocinaba al rescoldo,  un manjar de los dioses.  Era nuestro desayuno favorito y el almuerzo al mediodía.  Fueron días de fiesta mientras duraron.

                                                                             Mi padre le  compró una vaca  con ternero a su amigo  Cignarelli, con la que teníamos asegurada la leche en abundancia.   Me llenaba la taza con el primer ordeñe, lr llamabsmos "leche de apoyo" la  que alimenta al ternerito. “Riquísima  y la mejor”, según él y de verdad que así era. Mi tarea era llevarlos a guardar en el campo del Tiro – que ya he descripto -  y  a veces por la mañana ir a buscarlos cuando no lo hacia mi padre.    
. En algunas oportunidades  me acompañaba  el Coco Orcellet un chico  vecino el padre tenía una herrería pegada   a casa y el fondo lleno de árboles gigantescos, un timbó de dimensiones colosales, nos permitía correr por sus enormes ramas.  Este chico tenía  tres hermanas y  un  hermanito mas chico, éramos los” inquilinos” del timbó.  Pero en esta ocasión, fui solo desafiando sin tener en claro a qué, o  a quien; la leyendas que circulaban en el pueblo sobre esos “cerros”, habitado por fantasmas de soldados muertos, de luces malas por las noches,   en noches de tormentas se escuchaban tiros y supersticiones que se fueron agregando con el tiempo.   
  
                                                                          Las  veces anteriores    los había encontrado  cerca del portón entre los primeros “cerros”  pero esa mañana no y me interné en el campo por lugares que no había recorrido antes, por suerte había llevado el arriador  de mi padre –(hecho de cuero trenzado que medía cerca de  metro y medio )-   sin saberlo me había acercado al ranchito de doña Plácida, medio escondido entre unos arbustos al pie de uno de los montículos , entre dos trincheras,  de golpe se me apareció la jauría,  primero me pude defender mas o menos bien,  perro que se acercaba lo cruzaba de un  chirlo,  pero el dolor mas los  enfurecía , entré a retroceder tratando  de llegar al alambrado que  daba al camino,  pero como adivinando mi intención  en un momento me rodearon y cuando ya desesperaba,  empecé a gritar pidiendo ayuda, un ángel salvador  apareció  con doña Placida que acudió al lugar a ver lo que pasaba que toreaban tanto  los perros  y escuchó mis gritos;    de  milagro salvé el cuero. En el momento no dimensioné el peligro que había corrido,  esa y varias noches no pude dormir, hasta en la cama me perseguían los malditos.


                  En  otro de los arreos de nuestro “ganado vacuno” hacia  el ya famoso  Tiro  fuí acompañado por el Coco Orcellet.  Cumplir la tarea de cerrar el portón  del campo y  subirme al árbol fue solo una.  La afición por la trepada a los árboles fue mas poderosa que mis temores, pero la seguridad  que ofrecían las ramas del timbó, no las encontré cuando trepé al árbol a “descubrir”  que había crecido en el Tiro.  Mi paso de rama en rama iba bien hasta que llegué  mas arriba y traté de pasar a la siguiente, pero tenía que pisar un nudo para prolongar el salto, me lancé,  pero el nudo, no era nudo, era pura cáscara, me fui para abajo y con el impulso  de “trapecista “ que traía para llegar a destino,  caí de cabeza.  El “cascarudo”se había tomado su revancha por mi osadía de abordarlo sin conocerlo.                                                               .
                                                                            Recién desperté  debajo de la canilla del bombeador a mano, que mi viejo accionaba, limpiándome  la cara  llena de espinas y piedras que se habían clavado con el golpe. No recordaba que había venido caminando de la mano de papá, ni a mi amigo pidiendo auxilio desesperado, recurrir a pedir ayuda en la  casa del vecino mas cercano  y haber recibido la atención de esa persona,  sin saber el tiempo que estuve nock-out , solo el dolor y el aturdimiento.
 Se hinchó mi cara de tal forma que mi madre escondió el espejo  para que no me vea.
                                                                                   En los gestos de mis compañeros que me visitaron veía que mi facha no era la mejor. Me quedó para la vida  el tabique de mi nariz un poco torcido y engrosado del lado derecho.  Cuando logré  que papá  trajera un doctor para que me viera  porque tenía miedo de quedar así de feo para toda la vida.  Pero  lo primero  y mejor que hizo el Doc. fue decirme no bien me vió.   ¡ Ay que estas  fiero mijito !!!    No sé  como me abré puesto,  porque pareció haberse arrepentido al sentarse  en la cama,  me revisó la nariz y me tranquilizó  que en pocos días   me  iba a  componer  volviendo  todo a su lugar. 

                                              
                      
                                                                   

No fue tan enseguida como dijo el doc. Pero fue pasando la hinchazón y las lastimaduras fueron curando sin dejar rastros, pero mi nariz conserva la secuela del impacto.

                                                                                    Recuerdo que a raíz de la epidemia de piojos en la escuela,  mi padre la combatió pelándome con la maquina “cero” me dejaba un mechoncito adelante para hacerme el “jopito” que se quedó para no irse. La única foto que tengo de mi niñez es la que agrego , con la nariz ya rota y el nuevo look. Se constituyó en el peluquero oficial de los gurises del barrio.
                                                                         Una de las grandes alegrías que me dio, fue cuando me trajo de regalo una pareja de periquitos.   Teníamos una gata que nos había acompañado en todas nuestras transferencias, nunca fue de mi agrado  y completó mi odio cuando mató y se comió el periquito, encontramos restos y las plumas. Ahí nació  mi animadversión con esos felinos. 
Papá le alcanzó  a dar un chirlo con el  “arriador”  y se perdió de vista varios días, cuando quiso volver no encontró sus aposentos y el ambiente se le había vuelto muy hostil. Algo pasó que no me enteré, porque la gata no volvió a aparecer.
                                                                        
                                                                              Otra  alegría  fue la sorpresa que  recibí cuando apareció con un petiso, tan manso como una oveja,  podía pasar por debajo de la panza como si nada,  se movía a fuerza de tacos y rienda,  pero como la felicidad nunca es completa, cuando mi madre se enteró de la llegada del “brioso corcel”, se puso “histérica”, primero con mi viejo y luego llegó la  prohibición de montarlo.                                                                           

                                                                                       El problema no tuvo resolvente,  el factor  responsable era el transgresor que cada vez que podía,  le tiraba el cojinillo sobre el anca y salía  al galope tan largo como le daban las patas al petiso. Lo pude disfrutar muy poco. No recuerdo si fue por la caída del árbol o cual fue la causa, por la que mi viejo lo vendió. Al volver de la escuela no lo encontré, tampoco en campito del Tiro,  le pregunté a mi madre me contesto,  papá  tuvo que venderlo y no quiero que te vuelvas a lastimar.
                                                                         Las visitas que recibíamos, no eran tan a menudo como queríamos,  las de   mi abuelo Bochaton con alguna de mis primas, hijas del tío Ceferino. Recorrían los casi 15 kilómetros  de distancia  en una jardinera  de cuatro ruedas tirada  por el “gatiau” como llamaba  al caballo,   nos traían verduras, papas, unas batatas de ricas para hacer dulces o comerlas asadas,  huevos  y  miel. Eran días de festejos para mi.

                                                                         El que también nos dio una mano grande, fue el tío Pascual, tenía un almacén grande de Ramos Generales en la Colonia “La Suiza”, era un caudillo político del  peronismo, muy querido y respetado.  Recibió a mi padre dándole albergue y trabajo, el tío lo apreciaba mucho, les alegraba las tardes del campo a los parroquianos con su guitarra y sus canciones. Atendia el mostrador y ayudaba en las tareas propias del negocio. Cada 10 o quince días nos traía un surtido de mercaderías, provisiones que mi madre administraba hasta la próxima  remesa.     


                                                                       En las vacaciones me llevaba unos 15 o 20 dias  en los que pasé muchos de los momentos más felices de mi vida.  Sin imaginarlo me convertí  en el sobrino favorito de Pascual,  su héroe y no dejaba de ponderarme con cuanto conocido o cliente nuevo que lo visitara y yo estaba detrás del mostrador lavando copas o para alcanzar botellas.                                      Sucedió que en un fin de semana se realizaba un gran baile en un establecimiento  rural  de pueblo Cazes. a unos cuantos kilómetros  de distancia.  Por supuesto toda la familia  que estaba compuesta con la tía Porota,  mi primo Atilio (Ausente en Buenos Aires para continuar el tratamiento luego de haberse sometido  a una intervención quirúrgica  en la cadera y el femur de la pierna derecha con el propósito de corregir la discapacidad  secuela de la parálisis  infantil.), la primas Blanca y Pirucha  y el nene mas chico Lilincho. La señora de la limpieza y su hija invitadas  y por supuesto  mi  padre no podía faltar  esperando ansiosos la llegada del día festivo.  En horas de la tarde del día señalado la comitiva se fue acomodando  en la caja del camión, mis tíos adelante y yo en el medio oficiando de copiloto.
                                                                                        De ida fue un jolgorio, risas, música y canciones, acompañaron la marcha. Luego el baile que se prolongó hasta horas de la madrugada y mas de uno se pasó de copas, incluido mi tío Pascual, que  era el chofer. El regreso se demoró bastante, cuando todo el pasaje se había acomodado en sus lugares,  el convoy se puso en movimiento. Conciente de como venía jugado  el conductor, se me quitó todo el sueño, mantenía toda la atención con los ojos bien grandes  vigilando el camino, las luces del camión desalineadas y escasas,  apenas iluminaban   el  camino de tierra,  las huellas dejadas por el tránsito de vehículos, carros y caballos demarcaban malamente la ruta a seguir, el zigzagueo por momentos se  ponía demás espeso.  Recuerdo que empecé a manotearle el brazo y a llamarlo porque se venía durmiendo. Mi tía no tardo en dormirse.  

                                                                 La “cañada de las ovejas”, quedaba a menos de un kilometro del  almacén - casa de mis tíos  era una depresión  de un brazo de un arroyo  que atravesaba el camino. Un terraplén con tres caños de cemento  que permitían el paso del agua, oficiaba de puente angosto, las grandes lluvias provocaban las crecidas que desbordaban el talud, la correntada lo tornaba muy  peligroso  y ni  a caballo se podía cruzar.



                                                                       Esa vez  estaba bastante crecida, la  habíamos  visto a la ida.  Lo cierto  es que  el pseudo puente surgió de la oscuridad , ante las luces que lo denunciaron  y de seguir derecho nos íbamos para abajo, mi reacción fue como decimos hoy “pegar el volantazo”, no sé como le arrebaté el volante, ni  sé  qué  cosas grité  con toda el alma, solo sé que zafamos.

                                                                                   El viraje movió la carga  y el grito despertó a los “bellos durmientes de la cabina” y dijeron que se escuchó también atrás.  La mayoría ni se enteró de lo que habíamos pasado, con la llegada volvió la tranquilidad seguramente  primó la idea de yo tal vez  me habría asustado por eso grité.  Al otro día cuando a mi tío Pascual se le fue yendo la resaca,   creo que pudo dimensionar el peligro que habíamos corrido y por ello fui pasando de “mendigo a millonario”  en su concepto.  
                                                                       Pasaron tan rápido aquellas vacaciones como nuestras vidas, la vuelta a casa,  empezar la escuela, seguir con la afición al dibujo, la práctica del telégrafo y la pelota  que era nuestra bendita adición que nos alegraba los días de nuestra infancia, junto con los barriletes hechos con el mayor esmero y poniendonle el toque innovador que  provoque envidia en el barrio. 
                                                                      En pleno centro pegado al “Lans Tennis Club”  dos canchas de tennis que los niños “bian” del Club Social  habían hecho construir ocupaba  1/3 de la manzana  el resto baldio, lleno de biznagas y tupidos pastizales que servia para  juntar alimañas y ratas. Con mi amigo “Sanson” y dos o tres compañeros de la escuela, nos pusimos de acuerdo  para hacernos una cancha de futbol  justo en el medio del pueblo,  donde se habia instalado tiempo atrás el circo.  En menos de un mes teníamos colocados los arcos , pero necesitábamos redes  y una pelota. Nos movilizamos con una rifa  de un cordero para recaudar fondos que no alcanzó para las redes, compramos la pelota y el equipo de  camisetas con los colores de Racing con las franjas celestes anchas como ahora luce la casaca  argentina. Bautizamos nuestro club  con el nombre de “Union Deportiva”.



                                                                            Fuimos el boom del pueblo,  los sábados de tarde jugábamos contra  “Torino”  el cuadro que formó  Pedro Fernández  que era de 6to grado y el “tuco” Rodriguez  que iba a mi grado, recuerdo su presentación el primer sábado que jugábamos un  partido oficial con referee, fue la sensación del dia llegaron  trotando en formación desde  la casa de Pedro  equipados de primera con  casacas nuevas  de Chacarita.  Al poco tiempo aparecieron dos cuadros más Estrella del Norte  del “colorado” Rivero ya ex alumno y Barrio Sur el equipo de los Mena, que no dejamos entrar en el “torneo”, por estar integrado por varios grandes de edad y  chicos que ya no concurrían a clase la mayoría,   condición que pusimos los tres equipos, si no se desnaturalizaba la propuesta.



       Este era el equipo que no admitimos en la "Liga" BARRIO SUR

Parados (Izq a dcha) L. Jacket, Negro Fernandez, Eladio Piaggio, Monzon, Ociel Jacket, Abel Anzorandia, Oteiza, Torito Mena y Richard Anzorandia.
Agachados:Antivero "cabeza alta", Buby Jacquet, Riquelme, "La Loca" Aguirre, Armin Mena, Tolita Anzorandia y Cachito Anzorandia

                                                                                La vez que conseguí que mi padre fuera a la cancha a verme jugar, perdimos 3 a 0. Volvimos juntos se mostro siempre contento, le había gustado el partido y  como yo había jugado.  Me contó que los comentarios de la gente eran de aprobación al espectáculo que dábamos y que  era muy  convocante.

                                                                    Lástima que duró muy poco nuestra alegría, nuestra iniciativa parece que disgustó  a las autoridades municipales de buenas a primeras desaparecieron los arcos  y   varios trabajadores que llegaron con un tractor  empezaron a limpiar todo el predio a fondo y  demarcar  lo que terminó siendo otra  Plaza,   Avenida Urquiza de por medio   a la Plaza Principal.                                                                                                             
                                                            
                                                                                    Continuamos  viviendo en la casa de la Avenida  un tiempo  mas que no puedo precisar,  hasta que nos ubicamos en una casa chica propiedad de una viuda de apellido Lugrin, que habitaba lo que hoy llamamos un  departamento de un ambiente, que había hecho construir  pegada a la casita para  poder alquilarla  al que  la acepte  viviendo allí.  Fue la última  que ocupamos en la Villa.  
                                                                        Mi padre estaba  sin trabajo,  la intendencia radical que se instaló en las elecciones de 1946 lo despidió por su filiación política muy conocida había militado en el  Partido Demócrata Nacional toda su vida. 



                                                                                Pesó mucho en su contra la militancia de   Aníbal mi hermano mayor había participado activamente en la campaña del Partido Laborista que llevaba a Perón a la presidencia.  Yo lo acompañaba por las noches en la pegatina de los afiches partidarios  llevándole el baldecito con engrudo ( harina con agua). Varias veces la montada nos corrió y mi hermano llegó a estar amenazado por las patotas radicales. A mi viejo no le gustaba mucho el tema, pero nunca nos dijo nada ni nos prohibió que lo hiciéramos.                                                                                                                             
                                                       
                                                                      Fueron  tiempos duros que me tocaron en suerte,  acarreábamos  el agua con la Lola una prima hermana,  mas hermana que prima, que estuvo con nosotros mientras vivimos en Villa Elisa. Su nombre  es Amada Dolores Bochaton  y una de las  mayores de la familia numerosa que había  formado uno de mis tíos mas queridos  Ceferino ;  hermano de mi madre, casado  con Ángela  Bourlot  y la componían  nueve hijas mujeres y un varón :  Chola , Lola, Alcira y Esilda –mellizas- Teresita, Ema, Olga, Inés,  Ina y por fin Raúl.  Parece que Ceferino con el último tiro consiguió el varón. 
                                                                
                                                                            Cargábamos dos baldes y  una “medida” (balde de zinc para leche con capacidad de 10 litros)  y  un madero grueso de madera dura parecida al quebracho para sostener los baldes, desde la casa de un vecino  de apellido Deymonaz ; que tenía un  molino australiano  en su patio   en plena Villa, o  del bombeador de pozo artesiano accionado  a fuerza de pulmón y brazo cuando el viento se declaraba en huelga.  
                                                                    
                                                                               El pozo que teníamos en casa  fue hecho por el único ”pocero” del lugar de apellido Raviol, que demoró mas de la cuenta debido a que había que aprovecharlo cuando se encontraba “fresco”, el trabajo no ofrecía muchas garantías como es de imaginar  así que no tardo mucho en aparecer un problema,  quedó  inutilizado al  perforarse una camisa –según el diagnostico del técnico  y el agua subía muy turbia de arena y tierra, lo que nos obligo al acarreo;  gracias a la solidaria voluntad  del vecino que nos permitía entrar a su casa y llevar tanta agua como necesitemos.
                                                                             Hasta hoy puedo
 ver la imágen de  mi pobre vieja en la cocina de casa, semejaba  un fantasma dentro del humo que despedían  maderos y ramas indispensables  para encender  el carbón. 


                                                                                      Tiempo de tortas o en su defecto polenta frita, cortada a cuadritos para reemplazar el pan.  De lámparas a kerosene a la que  una gillette arriba del tubo  aumentaba el  brillo.   De pelota de trapo y  jugar descalzo  para obedecer la orden de cuidar las zapatillas o en su defecto las alpargatas que eran sometidas a un embarrado previo al uso para que "duren" más.  De un solo guardapolvos blanco que había que cuidar limpio porque los domingos había que ir a misa y era nuestra única prenda de vestir, que ocultaba muchas veces los remiendos del color lo mas parecido posible al de  los pantalones cortos. A la tarde se lavaba y planchaba para el lunes empezar otra ronda.

                                                                             La "rotación" de ropa era escasa y lenta. La  que llegaba para usar ya venía jugada y duraba como una  flor. La cuestión radicaba en hacer "tirar" lo mas que se podía a  las pilchas,  heredadas de los mas grandes casi todas. Mi vieja con la aguja se las ingeniaba para que cumplan su cometido. A las camisas que  iban quedando cortas  les pegaba botones bien abajo los que tenían que coincidir  con los ojales a la altura de la cintura en los pantalones.   Escribir en el pizarrón y en puntas de pié era traumático. Con las medias otro tanto, le cambiaba la plantilla  que era la que mas sufría, no siempre con géneros del mismo color.  Disimularlo en el aula cuando tenía la mala suerte de embocar el día que nos medían la altura a todos en el grado, el calor que me daba llegaba a mis cachetes pero salía airoso  del bochorno.                                                                      .
                                                                                Los primeros  tiempos de desempleo,  los cubrió durante un lapso muy corto, haciendo algo que le gustaba, la preparación de los caballos de carrera,  por ahí nació mi amor al “noble bruto”.    Dos viejos amigos de mi padre le facilitaron  sendos ejemplares mestizos,  un tobianito  que “bautizo“ con el nombre de: Macachín.  Mas adelante se agregó un zaino negro  de Don Cignarelli, que había quedado tuerto, debido a ese defecto físico, lo llamó:  “Sin rumbo”.  
                                                                   La llegada de estos nuevos invitados le trajeron trastornos a  la tordilla, la yegüita que  usaba mi  hermano mayor para ir a trabajar en la Estación  ubicada del otro lado del pueblo aproximadamente a tres kilómetros ,  la presencia del sexo opuesto, la puso loca.

                                                                      La montaba a escondidas de mi vieja,  Una tarde recién llegado del trabajo, mi hermano me pidió que la lleve a guardar al campo del Tiro Federal testigo privilegiado de  mis “hazañas”, como instructor de perros, trapecista  y jinete.  Le puse el cojinillo solo sin la  bajera  y  la tordilla llena de mañas y  apurada  por zafar del yugo cuando  enfilé para el lado del Tiro  salió  a todo galope, endurecíó la boca de tal forma que no me daban las fuerzas para sofrenarla  y  tuve que apretar mis piernas para que  no me tire y mas se disparó,                                                          
                                                                    Cuando en frentó el portón  hecho con hilos de alambre de púas que oficiaba de tranquera,  se clavó de golpe y yo salí despedido como  por una catapulta.   Pasé por encima  del pescuezo, la cabeza  y del alambrado de púas  y fui a caer adentro como si el que tenía que guardarse fuera yo.   En esta la saqué mas barata,  mi brazo izquierdo fue el que soportó el peso del cuerpo y  sufrió un esguince, fue la lesión mas seria, los otros fueron lastimaduras en las manos y rodillas.  Anduve como un mes con el “ala” entablillada a consecuencia del blooper y felizmente fue la última aventura por esos “cerros”.  No sé como la hubiese sacado si ocurria otra.
                                                                                          . El plantel caballar  había quedado integrado para comenzar las actividades, con los ejemplares comentados, menos la tordilla por supuesto.                                                                    .  A pesar de la resistencia de mi madre que no aceptaba, ni aceptó nunca la  nueva ocupación.
                                                                               A decir verdad, era nueva para mí, no sé si  antes la habría ejercido   El peoncito “vareador” que no recuerdo el nombre,  lo conocíamos como el “negro” Andrada, se encargaba de la atención y de darle las correspondientes corridas.  Ante la inminencia de las carreras, se les daba el “apronte” final, sobre todo de madrugada y con la mayor privacidad posible.  Recuerdo mi primera experiencia con la ampolleta  ( cronómetro),  el viejo me dice:  “Bueno nené,  mañana le damos la corrida al “Macachin” preparáte porque le vas a tomar el tiempo.” 
                                                                               Al otro día,  no había amanecido todavía,  una neblina  cerrada hacia difícil  ver algo con claridad,   el “negro” ya estaba en la cancha rayada con el caballo,  mi padre había preparado la largada atravesando con un hilo la cancha y  un dispositivo donde había colgado un pañuelo blanco,  el caballo al pasar en carrera cortaba el hilo y el pañuelo caía al suelo.  Me ubiqué como a 200 metros donde apenas lo podía divisar entre la niebla.
                                                                          Todavía me parece escuchar el repiqueteo de los cascos del Macachín  contra la tierra humedecida,  el pañuelo que caía, el apretar el botón del reloj para iniciar la cuenta,   la espera hasta que apareció como un fantasma:  corcel y jinete  disparados atendiendo con todos los sentidos las instrucciones de volver a hacerlo cuando le vea la cola. A pesar de mis miedos  había cumplido,  creí haberlo hecho bien, me sentí orgulloso.                                                                     
                                                                             Mas tarde ya sentados en la cocina luego del primer mate,  recién y despaciosamente sacó la ampolleta del bolsillo del saco, levantando la tapa  quedó mirándola, me pareció advertir sorpresa en su gesto e intrigado me preguntó: ¿Hiciste todo como te dije, nené?  Si papá! Le respondí.  Apretaste cuando le viste la cola al tobiano? Si, papá.  Estás seguro?  Si papá. Volví a   responder.  No preguntó mas.  
                                                                             Llegó el día  domingo, como estaba prohibida la entrada a  los menores,   nos instalamos con mi amigo “Sansón” Lonfat en unos sauces que cercaban la calle lindando a  la cancha de carreras, ya lleno de gente y aficionados donde las apuestas se escuchaban claramente debido a que lo hacían de viva voz.   Por fin  largaron la carrera y ganó Macachín ¡!  Rebosantes de alegría corrimos  hasta  casa  a darle la noticia a mi madre.  La encontramos lavando la ropa  y ante la noticia,  permaneció inmutable y se limitó a decir “Que va a haber ganado ese mancarrón. No sean mentirosos”.  Recién cuando la noticia la confirmó mi padre, la recibió sin muestras de alegría  y como si no la conociera, en una muestra de que su enojo iba en serio –recuerdo haberlo pensado aquella vez.
                                                                              Al cabo de unos meses que creo no llegaron a  un año,  debido al fallecimiento de uno de sus amigos y la presión que ejerció el reclamo constante de mi madre hizo que  entregue  los caballos y  al poco tiempo, no sé de qué forma lo hizo, consiguió la representación y venta de las maquinas de coser New Home.

                                                                       La actividad mercantil no le impedía dedicarse  a enriquecer la quinta en  el terreno de la casa que alquilaba,  era un buen espacio, me animaria a decir que  alcanzaba a  unos 200 m2,  donde plantamos papas, batatas, tomates,  habas, lechugas, zanahorias, rabanitos, en fin teníamos garantizado el sustento de la familia que integrábamos con mi hermana mayor y mi madre.                                                                      Armando tuvo la suerte de recibir una beca del gobierno nacional – (En Historias de 10 centavos, cuento como fue que se hizo acreedor a esa beca)  y estaba cursando bachillerato en el  Colegio del Uruguay, mi hermano mayor (Anibal)  que había ingresado en el ferrocarril por los primeros años de la década del  40,  antes de la nacionalización cuando todavía eran ingleses, lo habían destinado a una estación  de la línea central Basavilbaso - Ibicuy  llamada Faustino María Parera,   Empalme a la ciudad de Gualeguaychú.




Aníbal y mi padre en F.M. Parera (1948)


                                                                             El último  trabajo  se lo consiguió el tío Pascual -  como ya había mencionado caudillo peronista  de la zona-  a fines de 1950 en la Empresa de Construcciones que   había  ganado la licitación para la construcción  de Escuelas Nacionales del primer Plan Quinquenal  en el departamento Colón, que necesitaba de un capataz de obras –sobrestante-  en la construcción de la escuela para la Colonia La Suiza y se ubicaba  a unos 500 metros de nuestra conocida  Cañada de las Ovejas  muy cerca de su almacén.
                                                                          A los pocos meses  ya corría  el año 1951  mi padre cayó enfermo con  un tumor que resultó ser  maligno en  el lado derecho de lóbulo frontal del cerebro.  La enfermedad  avanzó con rapidez, quedó postrado y paralítico, nos obligó a trasladarlo al hospital J.J. de Urquiza en Concepción del Uruguay.  El médico que lo atendió advirtió la necesidad de la derivación inmediata a  un  hospital  que  cuente con los medios adecuados para su tratamiento.
                                                                    Enterado de nuestra situación económica tan precaria,  que nos impedía trasladarlo por nuestros propios  medios a Buenos Aires, sin ningún requisito, ni exigencias de afiliación política,  este médico  recurrió inmediatamente a la Fundación  Eva Perón. Obteniendo una respuesta favorable inmediatamente.

                                       A las 20 horas del día siguiente nos embarcábamos en el Vapor de la Carrera "Washington"  era una nave movida a rueda de paletas  impulsadas a vapor,  también  llamado  piróscafo. Nos instalaron en primera clase y con camarote  éramos cuatro pasajeros,  mi padre, mi madre,  mi hermana Beti (Chicha),  y yo que en ese momento contaba con 16 años.  A las 7 de la mañana del día siguiente llegamos al Puerto de Buenos Aires  y  para nuestra alegría y asombro se encontraba  esperando una ambulancia de la Fundación  destinada exclusivamente para la satisfacer nuestra necesidad. 

                                       También nos estaba esperando un señor mayor, que rápidamente se presentó a mi madre,  a partir de ese momento lo llamamos Don Antonio, era pensionista de la prima de mi padre Sara Casse,  hija de su hermana Antonia Amarillo, casada con Juan Calvo con una única hija Delicia Juana Calvo que le decímos Mecha.
                                                                               Don Antonio nos acompañó  en esa oportunidad y durante toda nuestra estadía en la casa de Sara  que vivía en Morón,  a pocas cuadras de la Base Militar,  nos fue de suma utilidad  por su conocimiento de Buenos Aires y su  predisposición abierta, solidaria, que hace válida esta referencia de mi parte, porque guarda todo mi agradecimiento a su memoria  porque esa ayuda no tiene precio no se puede pagar. Solo con un eterno Gracias viejito, que descanses en paz.


                                                                                       Se trataba  de la internación  de mi padre en el hospital que nos pueda admitir, recorrimos no recuerdo cuántos hospitales, todos completos no había camas disponibles,  se aproximaba las 14 y nos encontrábamos  en la playa del Hospital Rawson   donde gracias a la diligencia de los médicos de guardia  se  armó  una cama sobre cuatro taburetes  en la sala general del Policlínico.
                                                                                La operación la  fijaron para el día 21 de diciembre y la llevaron a cabo en el pabellón Enrique V. Finocchieto bajo la dirección del Dr Christenssen , en la sala de operaciones donde dictaba cátedras. Los médicos y estudiantes de medicina que asistieron a la clase me llevaron al entrepiso para desde arriba presenciar la operación.   Cuando empezaron a perforar el cráneo con un instrumento parecido a un punzón golpeando con un pequeño martillo plateado, no pude continuar mirando y me bajé conmovido,  saliendo afuera a tomar aire y a esperar.  Como a la hora y media vi entrar al pabellón un enfermero que portaba sangre en un envase con el nombre de papá.  Me volvió el  alma al cuerpo era un buen anuncio, demoró por lo menos otro tanto hasta  que finalmente los estudiantes  que  habían empezado a bajar, me informaron que todo había salido muy bien.

                                                                                  La recuperación fue asombrosa, el dia 23 llegue al Hospital bien  temprano y lo encuentro   sentado y tomando el desayuno, que enorme alegría ¡Dios! recuerdo haber “volado” hacia Morón para llevarles la noticia.  Luego recibimos el año nuevo todos juntos y pudimos brindar por un 1952 feliz y por la salud de papá, en la casa de Morón,  le habían dado el alta para las fiestas. 



                                                               Fue toda una odisea conseguir en enero Radioterapia Oncológica , los  Hospitales no eran muchos los que disponían de los instrumentos y estaban colapsados , el más conocido era el Hospital  Gral San Martin pero los turnos más cercanos eran para mediados de febrero, recorrimos con Antonio casi todos los de la Capital y por una feliz casualidad, digna de contarla, conseguimos para mediados de enero.

                                   Regresábamos en tren desde Once desmoralizados, hablando  entre nosotros de la entrevista en el  San Martin y como Antonio, hizo un comentario en voz alta que llamó la atención, muy quejoso por la escases en la Capital de esas prestaciones,  un Señor que viajaba sentado frente a nosotros se apresuró  a preguntarle cual era realmente el problema,  para luego  alcanzarle una tarjeta donde había escrito rápidamente, diciéndole véalo al Director del Instituto de Haedo,  este hombre me debe unos favores y los va a atender. No pudo evitar de pasarse de Estación y tuvo que descender en la siguiente.  El trajinar y los nervios recién se vieron calmados cuando tuvimos la certeza de la fecha de comienzo del tratamiento.





En diciembre  de 1951 tenía 16 años.
Plaza Constitución  Buenos Aires

                                   Entonces recién me acordé del enviado del cielo que nos había dado semejante mano y le pedí a Antonio la tarjeta para anotar el nombre y la dirección de ese señor, se la había entregado al Director del Instituto y no se la había devuelto, pero él tampoco había tenido la precaución de hacerlo.
 Lo lamentamos mucho, iba a tornarse complicado remediarlo y nos resignamos.  

                                                                             Así fue que a partir del 15 de enero empezaron la aplicaciones que le dieron la posibilidad de volver a nuestra casa en Villa Elisa,  vivir un año mas  con  nosotros,  de tocar la guitarra y  disfrutar de su presencia, de su alegría contagiosa,  sus anécdotas y cuentos llenos de gracia.  

                                                                               Corría el mes de noviembre de 1952 cuando apareció el primer síntoma de la vuelta de la  enfermedad, en pocos días cayó en cama, mis hermanos mayores decidieron mandarme a Buenos Aires a hablar con el Dr. Christenssen. Tome el Coche Fiat  que seguía hasta Paraná , tenía una espera de varias horas en Basavilbaso  para seguir a Buenos Aires en el Gran Capitan y ya en Holt-Ibicuy  navegar  con mucha suerte 4 horas por el delta del Paraná;  pasajero del tren y del ferry  Delfina Mitre hasta  Puerto Zarate. Desde allí a Federico Lacroze estación terminal en la Capital.  

                                                                                A primera hora del dia siguiente  de mi llegada, me hice presente en el Hospital Rawson,  el Dr Christenssen estaba operando en el Hospital Francés, lo esperaban para pasado el mediodía,  cerca de las 14,00  todavia no había entrado en su consultorio venìa hablando con otros médicos y  no bien me vió, me llamó  “Hola hijo,  no te esperaba tan pronto”  Me hizo pasar, luego de buscar la historia clínica de papá, me repitió No te esperaba tan pronto,  lo de tu padre es maligno, hijo;  volvé  a Entre Ríos y decile a tu gente que ya no podemos hacer nada por él para sanarlo, que pase sus últimos dias con ustedes, me dio un abrazó paternal y me despidió.  Fue un momento terrible para mi. 



                                                                     Habíamos  alimentado  esperanzas  junto con  mi madre y mis hermanos, tenía que volver con la trágica respuesta,  Me sentí solo ante la adversidad y muy desdichado. 

                                                                              El encuentro con mi madre y hermanos fue angustioso  y tuvimos que hacernos fuerte para no delatarnos ante papá.  La enfermedad avanzó rápidamente, ya no pudo levantarse mas tal vez  mediando el mes de noviembre de 1952,  en diciembre fue quedando paralitico   y por ultimo perdió el habla.
                                     
                                                                             No hubo ninguna celebración navideña,  la despedida de año y la entrada del año nuevo la recibimos resándole  a Cristo por la salud de nuestro padre moribundo. El día 2 tenía que tomar servicio  en la Estación de Pronunciamiento donde me había asignado el Ferrocarril un reemplazo temporario.  El dia 3 había terminado la jornada de trabajo.  Cerca de la hora 22,00  llegó  un amigo   de Villa Elisa en una chatita Ford a buscarme, me puso al tanto de la gravedad de papá,   pero me aseguró que no había fallecido y que íbamos a llegar a tiempo.   No bien me tiré  de la chata entré corriendo al dormitorio, yendo a sentarme  a su lado en la cama, todo sucedió como si mi padre me hubiese estado esperando para despedirse,  pude acompañarlo sus últimos minutos,  no podía hablar  pero me apretó muy  fuerte la mano y la retuvo   hasta que falleció en mis brazos

                                   Sus restos descansan  juntos a los de mi madre en el Cementerio de Concepción del Uruguay.